Saturday, September 23, 2006



“Caja Negra”

Rodrigo Pinto

Debut narrativo de Álvaro Bisama, crítico literario y autor de la columna "El comelibros", Caja negra es una novela que se acoge a una de las posibilidades del género, quizá la menos explorada: el quiebre de la forma, el uso de una estructura no convencional, la ruptura con la tradición. La analogía más fácil del título es la caja negra de los aviones ­que dicen que no es negra, sino amarillo brillante­, ese depósito de información que encierra las claves del misterio, de por qué y cómo ocurrió lo que nunca debió haber ocurrido. Pero aquí también el misterio es elusivo; las sucesivas historias engarzan contraculturas subterráneas con la historia de Chile en las últimas décadas, el rock y el pop con los vampiros y los nazis, la temblorosa identidad adolescente con terrores abisales y miedos muy concretos.

La Caja negra de Bisama remite, sin hacerlo de manera explícita, al mundo de las redes, a la circulación velocísima de información, de modas, de tendencias, de datos, de música, de cine, por todos los rincones del planeta, y a las relaciones que se crean en ese espacio no territorial, no delimitado, que cada quien diseña o administra a su gusto. Pero también hay un cierto arraigo territorial, ciudades chilenas a ratos reconocibles y a ratos transformadas por el sueño o el delirio en lugares que arden en llamas o donde es posible escuchar las profecías apocalípticas de un taxista camino del restaurante El Parrón; y también histórico, con la memoria del golpe militar golpeando las vidas de algunos personajes y, por cierto, la biografía de todos. La novela como un caleidoscopio que a veces muestra lo que está al otro lado de las formas que dibuja. La novela como una suma de historias que se unen en un punto situado fuera del texto. Una novela, por fin, ágil y escrita con cuidado, que también se nutre de distintos géneros, que incluye entrevistas, un diccionario, monólogos, cuentos; trece capítulos que retroceden del doce al cero y que, desde los epígrafes, establecen otro diálogo con la literatura, la música popular y la telebasura.

El Sábado, Mercurio de Chile, 23 de septiembre de 2003

Wednesday, September 20, 2006


Un fragmento de "Caja Negra", que está llena de cosas así. Enjoy it. Se aceptan preguntas.

"La cinta abre con un adolescente que encuentra una caja en su desván. La caja está llena de títeres, de muppets con un ligero aire extraño, diabólico. El chico lleva la caja a su pieza. Comienza a jugar con ellos. Le cuenta a su novia de turno que ha encontrado su vocación: hacer teatro de títeres. La novia lo abraza. Llega el cumpleaños del hermano pequeño del protagonista, que se ofrece para hacer una función ante los invitados. El espectáculo, un pequeño sainete de encuentros y desencuentros entre un puñado de monstruos, se lleva a cabo. Uno de los monstruos porta un cuchillo y, en el argumento esbozado por el protagonista, está intentando matar a sus compañeros todo el tiempo. Transcurre la función. El público ríe. Zamora .lma las risas como si de un comercial se tratara, una pila de niños felices e iluminados, fuera del tiempo. Luego el protagonista se clava por accidente. Zamora es ambiguo en la explicación: puede que el chico se haya clavado, o que el títere asesino haya cobrado vida. La sangre salpica al resto de los títeres y entonces cobran vida. El protagonista pierde una mano cuando ésta queda atrapada entre los pliegues del títere asesino, que al cobrar vida se llenan de dientes y la cercenan: un recurso ingeniosamente robado de Evil Death II. Comienza una masacre, que Zamora registra con detallismo y algo de humor. Los títeres vivientes matan a los asistentes al cumpleaños de formas tan ingeniosa (ahogándolos con torta, ahorcándolos con challas, clavándoles cientos de cuchillos plásticos en el cuerpo) como perversas (hacen una cama eléctrica en el sillón, picanas, devoran entrañas, insinúan violaciones). El protagonista escapa. Recuerda el grabado de la caja de madera que contiene los muñecos: una estrella de cinco puntas. Los muñecos quedan como dueños de casa. Llega la policía, pero los muñecos reducen a los oficiales y consiguen las armas. Se toman el vecindario. El protagonista visita a un cura. Le cuenta y le muestra la mano mutilada. El cura le dice que no son muñecos sino demonios encarnados. La sangre y el pentagrama han hecho de portal. Le pregunta cómo detenerlos. El cura dice que no sabe. En este punto los títeres, que ya son cientos y se multiplican de un modo inexplicable, han tomado el control del vecindario e impuesto una dictadura. Hay vecinos detenidos y desaparecidos. El protagonista decide que ha sido suficiente. Va donde un traficante de armas y compra un montón de granadas. Vuelve al vecindario y se convierte en una máquina de matar: extermina a los títeres, uno a uno, de diversas maneras. A estas alturas Zamora ha transformado el filme en una carnicería sin propósito, pero entretenida y sin sangre. Los títeres mueren de modos graciosos: se asfixian, explotan, saltan al vacío, recitan monólogos dramáticos, estrellan autos de juguete, se devoran a sí mismos, se leen poemas entre ellos que son como granadas. Al cabo de veinte minutos de masacre, la película culmina con una escena aterradora: el protagonista descabeza al líder (el títere asesino) ante una multitud de sus seguidores, que fallecen de pena automáticamente entre gritos de coro griego. Por supuesto, la última escena promete una continuación: un niño compra en una tienda uno de los títeres maléficos, que mira a cámara y sonríe diabólico. Caen los créditos y una canción de UPA! (un cover de «Esos locos bajitos», de Serrat) cierra el espectáculo, que es lo suficientemente efectivo y naif para convencer a un público poco exigente.

A Shaikers no le fue mal, aunque su aura de clase B la transformó de inmediato en una cinta despreciada por los puristas y adorada por los amantes de lo bizarro. Sáez la vendió a una distribuidora norteamericana que sacó copias en video. Lograron exhibirla en un par de festivales de poca monta y un crítico belga, al verla junto con las obras de Justiniano, Caiozzi y Maldonado, la consideró «el costado más alucinógeno del emergente cine chileno». Otro, francés, sugirió que era «una explicitación de los traumas recientes de la memoria ciudadana latinoamericana, un inconsciente marcado por años de dictaduras, terrorismo, tortura y genocidios»".


Tuesday, September 19, 2006


dos o tres cosas sobre "Caja negra".
1) me entrevistaron en La Nación y salió el 18 de septiembre. No sé si significa algo pero tampoco me voy a poner paranoico. La entrevista la hizo Alejandro Gómez y se centró en el diccionario de cine z que viene dentro del libro que es la parte freak, aunque yo creo que el libro no es tan freak y hay más cosas ahí. No sé. Me hubiera gustado que me preguntaran por Osu, por ejemplo.
2) en "La Segunda" lo reseñaron también. Voy a intentar subir el pdf. Es una buena reseña.
3) la ilustración de arriba de Go Nagai, santo patrono del libro.

“El Chile irreal”

Sin ninguna gota de solemnidad, Bisama crea un mundo lleno de citas pop y personajes salidos del cine B, como “excusa para hablar de la historia de Chile”, asegura.

“Cabeza de Chancho”, “Fono 666” o “C.A.R.N.A.Z.A.”, son algunos de los protagonistas del cine clase B, pero de uno que no existe salvo en la cabeza de Álvaro Bisama y ahora en las páginas de su última novela, “Caja negra”.

“Plantea que en el mundo todo podría ser distinto de lo que vemos, una idea propia de la ciencia ficción que trabaja la posibilidad eventual de un mundo en donde pasó lo que no debió haber ocurrido”, sostiene el propio escritor. Aquí el cine, la literatura, las imágenes y la poesía chilena, se mezclan sin asco y también sin asidero: “Son todas falsas, es un mundo que no está ahí y la pasión de los personajes está en sus propias historias”, cuenta.

POP FICTION

Y es que en el último libro del también crítico de la “Revista de libros”, el que nada sea real, es el pretexto ideal para hablar de Chile. “Es una excusa para hablar de la historia de nuestro país e insertar imágenes que me parece interesante desplegar”, explica el escritor, para quien en todo caso, el verdadero cine B del país “son las películas de Raúl Ruiz o Pepe Maldonado. También todas las cintas hechas durante la dictadura”.

Bisama reconoce que como lector ha transitado por diversos géneros, lo que le sirvió para construir un universo propio en su novela. De hecho empezó armando viñetas de terror, luego pensó en la idea de hacerlo un diccionario, pero después “eso quedó corto y cojo”, dice, para armar otras historias que eran el complemento del libro.

“Me interesa mucho crear una ‘máquina de la ilusión’, crear un universo propio que es la aspiración de cualquier clase de arte”, argumenta Bisama, para quien “Caja negra” es “un intento de solución y reflexión sobre ciertos problemas que me interesan de la novela como género”.

-El tema es nuevo respecto a lo publicado en Chile...

-Sí, quise hacer algo completamente distinto a lo que hay. No es una novela gráfica chilena, ni realista, ni ideográfica. Es simplemente la novela que yo quisiera leer. Tiene el valor de la anomalía, de jugar en una cancha donde ella misma impone sus reglas. Además dialoga muy bien con autores que me gustan como (Juan Rodolfo) Wilcock, Nicanor Parra y David Bowie, quien me interesa como metáfora de lo que puede suceder en la cultura pop.

Tuesday, September 12, 2006


El blog de "Caja negra", la novela, queda oficialmente abierto. Lo de antes era una prueba. La imagen de la portada, es por cierto intrigante. El dibujo de Angela/Enkeli cada vez me inquieta más: una amiga feminista la vio y quedó plop. Shockeada. Me dijo que no sabía qué iba a encontrar, cosa que me gusta. La página de Angela Gonzalez, es por cierto http://enkelikitty.deviantart.com/. Hay más imágenes pop ahí. Por otro lado, la novela ya está en librerías y está teniendo vida propia. No sé qué va a pasar. Por otro, el domingo pasado, di una entrevista en Revista de Libros. El gran Alvaro Matus me preguntó cosas y yo respondí y el resultado está acá. Lo raro es que no había hablado de Villa Alemana nunca y salvo en un momento de "Caja negra", no lo hago tampoco. Pero la entrevista está ahí y funciona y creo que no dije tantas pelotudeces. Este blog sirve para registrar esos extraños latidos: ir subiendo fragmentos, reseñas y comentarios.

Mundo Bizarro


Para Álvaro Bisama (1975), la literatura es un cajón abierto, repleto de herramientas y cachureos, al que el novelista y el lector pueden acceder de diversas maneras. Por lo mismo, le gustan las obras multiformes, ésas donde la ficción pura y dura se ensucia con la crónica, la escritura de tono enciclopédico, la estética del cómic, los géneros periodísticos y cuanta referencia pop esté a su alcance. Bisama, que da clases en la Universidad de Playa Ancha y escribe en estas páginas, no le tiene miedo a la contaminación, a la suciedad, a la mugre.

Caja negra (Editorial Bruguera), su debut como novelista, es el testimonio fidedigno de lo que pasa por su hiperactivo cerebro o de lo que ha ido arrojando en ese cajón donde se apilan sus discos, historietas, recuerdos y fantasías. No hay clímax ni final, pero sí un conjunto de historias que se multiplican: asistimos al desencuentro entre un cantante glam y su padre, un académico con delirios mesiánicos que dirige la toma de una Facultad de Teología, así como también podemos leer un diccionario del cine gótico chileno. Miguel Brito, por ejemplo, es el carnicero que dirigió "Arrollado huaso", "Dieciocho sangriento" y "Asado virtual", obsesiva trilogía donde se suceden las escenas de sexo y violencia; Lonco es el seudónimo de Daniel Huenulef, protagonista de las adaptaciones de los relatos de Edgar Allan Poe a la mitología mapuche; "Monte Carmelo" se titula la historia de un pueblo habitado por niñas con poderes mentales y sacerdotes vampiros que motivaron que la Sociedad de Escritores de Chile hiciera correr el rumor de plagio a García Márquez.

Entre el extravagante horror se cuelan ciertas imágenes de una densidad peculiar, como la de los amigos japoneses dedicados al cómic o la del escritor albino recluido en la Sexta Región, homenaje secreto al poeta Juan Luis Martínez. "Crecí en Villa Alemana, el pueblo donde él pasó la última etapa de su vida", explica Bisama. "Valoro que Martínez haya leído desde esa clase de provincia casi rural. De hecho, su radicalidad se acentúa cuando uno se da cuenta de que negocia sus lecturas desde aquel borde absoluto, en un sitio tan pero tan trash como Viña. Desde ahí, lee las vanguardias para robarles y terminar inventando una a su medida. El escritor de Caja negra lo homenajea, pero también lo desvía. El albino antes ha sido un escritor pop de policial, que llega a la poesía por una fatiga de sus materiales de trabajo".

- Entonces, ¿la parodia es también una forma de homenaje?

- Es una forma de la melancolía. El objeto parodiado recuerda al original, pero éste nunca podrá volver a ser leído de la misma manera, con la misma consistencia. Es la nostalgia por un conocimiento que ya no nos es posible alcanzar o narrar; una forma disléxica de la memoria.

- ¿Cuándo nace tu interés por esos conocimientos desprestigiados por la alta literatura?

- Siempre estuvieron ahí como parte de la cazuela lectora diaria. Crecí leyendo la revista Análisis al lado de los dibujos animados japoneses. Mis padres me regalaron la colección completa de Asterix junto con los clásicos de novelas de aventuras, así que podría decirse que nunca hice jerarquías estéticas. Mientras me metía en el boom me devoraba El péndulo de Foucault, de Eco, que legitima todo ese canon, pasándolo por el sarcasmo y el cinismo. Me interesa ese mundo como una estética, como un modo de relatar, yuxtaponiéndolo con conocimientos más bien sistemáticos. De ahí que me gusten Grant Morrison, Piglia, Warren Ellis, Bolaño, Wilcock, Dick, Jack Kirby, Laiseca, Parra. Cuando leo "Roma la loba", el cómic inconcluso que dejó Lihn, me doy cuenta de que hay una línea de trabajo, una forma extraña de tradición.

- Este año publicaste un libro de crónicas ('Postales urbanas') y en la novela haces aparecer a Edwards Bello con una historia tan rara como enigmática. ¿Qué relación tienes con él?

- Como lector, le tengo un cariño tremendo. Su escritura posee una urgencia que anota la realidad, pero que también la inventa. Por otro lado, meter a Edwards Bello fue automático: respiramos su manera de ver el puerto. Él, Manuel Rojas, Aldo Francia y otros acuñaron cierta manera de relatar Valparaíso. También hay razones más personales. Desde chico voy a un restorán chino que creo que sirve la mejor carne mongoliana de por acá. Leyendo El inútil de la familia me enteré que ésa era la casa de Joaquín, que ahí había nacido y que ese caserón era parte de la literatura chilena. Cuando con Carla comemos ahí, intento pensar que el fantasma de Edwards Bello protege a los comensales como un fantasma armado, dispuesto a disparar balas de ectoplasma. Me gusta que la tradición contenga a un tipo como él.

- "Caja negra", en todo caso, se aleja de la tradición chilena.

- Lo que intenté fue jugar con materiales que eviten a toda costa la fotografía del realismo criollo, el solipsismo biográfico, la linealidad y el gesto técnico local de intentar emular mal o bien a Donoso, o creer que la novela es una especie de santuario inviolado, donde habitan ángeles armados que entonan el himno nacional.

- Parece que entre la estética del exceso y la de lo mínimo, te quedas con la primera.

- Quiero llevar al límite la máquina que cuenta historias. Además, me gusta que la novela tenga muchas fuerzas de gravedad, amén de la posibilidad de incorporar multitud de relatos que se cruzan y chocan. Fue extraño y divertido: mezclar, cortar, pegar, mezclar de nuevo. Era la remezcla de un disco. Puro pop.

- ¿No crees que el énfasis en la arquitectura perjudicó la caracterización, la fuerza de las pasiones y emociones de los personajes?

- El énfasis en la arquitectura vino casi al final. Sabía que tenía entre manos una obra coral, pero también que la pasión de los personajes eran sus propias historias: el cómo las cuentan y en qué los transforma ese relato. Los hermanos Mori, Levinas, el albino, Osu, el rockstar y el dibujante japonés son voces buscando su lugar. Y los otros, funcionan como detonadores de ciertas ideas del decorado, como forma de atrapar algunas imágenes que se me escapaban. La idea es ver Caja negra como una casa y que el lector deambule y vea qué se cuece en cada habitación.

Revista de Libros, 10 de septiembre de 2006